Imagínate un roble enorme. De esos que te darían madera de primera.
Tienes una hacha afilada. Profesional. El brazo fuerte. La intención clara. Todo a favor.
Zas. Primer hachazo.
Zas. Segundo.
Zas. Tercero.
Y el roble sigue ahí. Imperturbable. Como si te estuviera mirando y diciendo:
“¿Eso es todo?”
Te frustras. Te cansas. Sueltas el hacha. Y te vas.
¿Resultado? Te quedaste a 10, 20, 30 hachazos de conseguirlo.
Lo tenías todo… menos cabeza para insistir.
Así es como muchos abandonan sus proyectos, sus hábitos, sus metas.
Con todo a favor, pero sin repetir lo suficiente.
Porque el poder no está en hacer algo espectacular una vez.
Está en hacerlo tantas veces que la realidad se doblegue.
No ganan los más listos.
Ni los más fuertes.
Ganan los que no tiran el hacha.
Los que dan hachazos, una y otra vez, hasta que el mundo no tiene más remedio que rendirse.
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Porque el que se rinde a los 3 hachazos se queda sin madera. Y el que llega a los 100 se lleva el roble entero.
Abrazo.