Entras a LinkedIn y ves a uno de esos pobres ilusos celebrando su nueva certificación.
Una chapa digital.
Un badge (o como le digan).
Una palmadita virtual en la espalda.
“Mira lo que he conseguido. ¡No soy tan inútil como parecía!”
Y le llueven los likes.
Los “¡Enhorabuena, crack!”
Los “¡A por todas!”
Traducción:
“Venga, chaval. Tú puedes. No eres tan tonto como te crees.”
Toda esta parafernalia, ¿para qué?
Para maquillar inseguridades.
Para silenciar el síndrome del impostor con medallas que no son ni de plástico.
Pero el impostor no se calla con pins.
Se calla con resultados.
Con experiencia real.
Con problemas resueltos, no con cursos en oferta por Black Friday.
Y mientras esta gente se autoengaña acumulando certificados de cursillos, los que de verdad ganan son los que los venden.
Un negocio basado en la validación externa a través de formaciones.
No te digo que dejes de aprender. Eso nunca.
Te digo que dejes de mendigar validación.
Aprende algo útil.
Haz algo con eso.
Y cuando lo consigas, no lo cuentes. Que se note.
Deja los titulillos para otros e invierte en ti de verdad:
[ LIBRO ] Claridad Ancestral (12,95 €)
Abrazo.