Kobe Bryant, cuando era joven, pensaba que jugar en la NBA sería lo más difícil del mundo. Pero cuando lo logró, se dio cuenta de algo sorprendente: los jugadores que ya estaban allí no tenían la misma ambición.
La mayoría se habían acomodado. Ya no entrenaban con la intensidad y presión de las categorías inferiores.
Ahora Kobe lo tenía claro: el éxito no depende del talento, sino del hambre por crecer.
En otras palabras: triunfar no es cuestión de habilidad, sino de mentalidad.
Por eso, mientras otros se relajaban, él entrenaba más. Mientras otros celebraban, él estudiaba su juego. Y no solo lo aplicaba a sí mismo, sino que también lo exigía a su equipo.
Pau Gasol cuenta que una vez Kobe le echó la bronca porque llegaba a los entrenamientos conduciendo su propio coche. ¿Por qué le echó la bronca? Porque eso le hacía gastar energía innecesaria. Kobe le decía que debía reservarse para lo importante: entrenar para jugar mejor.
Este nivel de obsesión es lo que separa a los grandes del montón.
Si tienes hambre, si nunca te conformas, si enfocas cada pizca de energía en lo que realmente te hace avanzar, el triunfo es inevitable. No hay competencia.
La pregunta es: ¿estás actuando como alguien que tiene hambre de ganar, o como alguien que se ha acomodado?
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Abrazo.