Si viajáramos diez años al pasado y entráramos en las primeras versiones de las redes sociales, veríamos algo curioso: no se parecían en nada a las herramientas de atontamiento que usamos hoy.
Pequeños cambios, ajustes sutiles… y de repente, en lugar de plataformas de conexión, tenemos máquinas diseñadas para domesticar a las masas.
Esto no es nuevo. Ya en la antigua Roma inventaron el panem et circenses: pan y circo. Distracción para que la plebe no pensara demasiado en quién tenía el poder.
Porque si fueras emperador, ¿qué preferirías? ¿Una jauría de lobos que piensan por sí mismos o un rebaño dócil de ovejas?
Twitter en 2015 cambió el pulgar arriba por un corazón. Un detalle menor, ¿no? Pues ese “detalle menor” costó meses de reuniones y análisis.
¿Por qué el cambio? Porque recibir corazones engancha más. No es un simple “OK”, es un “te quiero”. Alimenta el ego, refuerza la necesidad de validación y convierte a los usuarios en yonquis emocionales.
Así manipulan a las masas: no con golpes, sino con caricias. No con prohibiciones, sino con pequeñas dosis de dopamina.
Tú decides. Seguir el juego y ser oveja, o cuestionarlo todo y ser lobo.
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Abrazo.