Cada mañana, camino de vuelta de la escuela de mi hijo y me encuentro con un cruce infernal.
Coches que suben, que bajan, que giran sin avisar. Coches mal aparcados sobre la acera…
Y el colmo: un semáforo en ámbar eterno que parece decir “sálvese quien pueda”.
Por suerte, yo voy caminando. Observo el caos y cruzo sin problemas. Pero el otro día se me ocurrió un experimento.
¿Qué pasaría si dejara de hacer lo que siempre hago?
Verás, mi estrategia es simple: mirar a los conductores a los ojos. Y funciona a la perfección.
Es como si mi mirada los inmovilizara inmediatamente como un superpoder. Como un Jedi con la Fuerza de su lado.
Así que, por una sola vez, decidí desactivar el “superpoder” a ver qué pasaba. Intenté cruzar sin mirar a ningún conductor a los ojos.
Resultado: casi me atropellan.
Moraleja: no mirar a los ojos es una sentencia de muerte.
Y esto aplica a todo en la vida:
- En el trabajo: no miras a los ojos a tu jefe, pasas desapercibido y luego lloras porque ascienden a otro.
- En los negocios: no miras a los ojos a tu cliente, no conectas, no vendes.
- En la vida personal: no miras a los ojos a tu pareja, no construyes confianza, te deja.
“Es que me da vergüenza”, dicen algunos.
Más vergüenza debería darles que les atropellen y les pasen por encima.
Los cementerios están llenos de gente frustrada que no miró a los ojos por miedo a molestar.
Mira. Afirma. Ocupa tu espacio.
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Abrazo.